
La ciudad de cristal.
A la Revolución que comenzó con la APPO,
Oaxaca es el camino.
Manuel García Estrada
En medio de mil grandes montañas descansan los restos de las cien alboradas centenarias, ahí, entre los arbustos y los fresnos unas delgadas palmeras destacan la enlomada en donde corren lágrimas de suaves nubes en veranos provenientes de lejanos huracanes.
A través de las cañadas los puentes revelan sus bases enramadas y a lo lejos campanarios amelcochados tratan de vender la idea de paz a los compradores de mentiras.
Sus calles, avenidas, edificios, templos, estadios, escuelas y tiendas son de cristal. Pueden estallar en un millón de trocitos dolorosos para sus ciudadanos cuando se abra paso entre los goims la verdad no aceptada.
La ciudad de cristal tiene un par de dueños, se creen altos, tocadores de dioses y aunque ellos ya han muerto los dueños les siguen rezando para que el pueblo crea en los valores antiguos que esclavizan a miles a los sueldos de sal que en medio de la urbe son sólo fatuas experiencias de no lograr ser parte de lo admirado.
Se venera en la ciudad de cristal la mentira y el engaño, la hipocresía llena las venas de los rezos y los sacerdotes acarician impunemente lindos cuerpos recién adolescentados.
Vuelan palomas sin encontrar descanso y al fondo del sucio palacio los escalones gritan su dolor, han sido traicionados. El ascenso al poder es manipulado.
Hoy yacen en el atrio las campanas de antaño, las que festejaron la libertad del pueblo que hoy vive bajo el yugo del oligarca y se muestran cuarteadas, rotas, lastimadas como las almas de la población agachada.
A la Revolución que comenzó con la APPO,
Oaxaca es el camino.
Manuel García Estrada
En medio de mil grandes montañas descansan los restos de las cien alboradas centenarias, ahí, entre los arbustos y los fresnos unas delgadas palmeras destacan la enlomada en donde corren lágrimas de suaves nubes en veranos provenientes de lejanos huracanes.
A través de las cañadas los puentes revelan sus bases enramadas y a lo lejos campanarios amelcochados tratan de vender la idea de paz a los compradores de mentiras.
Sus calles, avenidas, edificios, templos, estadios, escuelas y tiendas son de cristal. Pueden estallar en un millón de trocitos dolorosos para sus ciudadanos cuando se abra paso entre los goims la verdad no aceptada.
La ciudad de cristal tiene un par de dueños, se creen altos, tocadores de dioses y aunque ellos ya han muerto los dueños les siguen rezando para que el pueblo crea en los valores antiguos que esclavizan a miles a los sueldos de sal que en medio de la urbe son sólo fatuas experiencias de no lograr ser parte de lo admirado.
Se venera en la ciudad de cristal la mentira y el engaño, la hipocresía llena las venas de los rezos y los sacerdotes acarician impunemente lindos cuerpos recién adolescentados.
Vuelan palomas sin encontrar descanso y al fondo del sucio palacio los escalones gritan su dolor, han sido traicionados. El ascenso al poder es manipulado.
Hoy yacen en el atrio las campanas de antaño, las que festejaron la libertad del pueblo que hoy vive bajo el yugo del oligarca y se muestran cuarteadas, rotas, lastimadas como las almas de la población agachada.
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