lunes, 5 de mayo de 2008

PALABRAS MÁGICAS


Palabras mágicas

Juan Carlos Plata

Cuando uno platica no explica para que le entiendan, sino para tratar de entenderse a sí mismo, y no es fácil, uno tiene que pelearse consigo mismo hasta para levantarse de la cama, cuanto y mas para poner en orden sus ideas.
Tengo 38 años, estudié Periodismo y me he divorciado tres veces, cómo chingaos no voy a tener motivos para discutir conmigo mismo.
Según encuestas, en 60 por ciento de los divorcios que se dan en el Distrito Federal, uno de los involucrados tiene algo que ver con el periodismo, es reportero (a), o redactor (a), o jefe (a) de información. No vivo en el DF, pero quien soy yo para desmentir a las encuestas.
De otro lado del vaso con de Jack Daniel’s y de la mesa, sentado en una silla de Corona, viéndome con cara de aburrimiento, está el Calleja, compañero de generación de la facultad, hace 14 años ya. Si fuéramos personajes de cómic, tendríamos que estar partiéndonos la madre o departiendo alegremente con chiquillas tetonas y culonas, esperando que el teléfono rojo sonara y nos llamaran para atrapar a un malandrín. Dejémoslo en que somos diferentes.
El Calleja no terminó la carrera, no se ha casado ni en una kermesse (por lo tanto no se ha divorciado ni una sola vez) y está en el periodismo porque, según lo explicó en medio de un ensordecedor ruido de algún table dance, le da güeva trabajar de gente decente.
-Tu problema, mi querido Saltamontes, es que eres un excelente bateador, tienen mil de porcentaje, de 3-3; vieja con la que te enredas, vieja con la que terminas a los madrazos –dijo Calleja apoyando la barbilla en la mano, lo que le deforma la cara y le ladea los lentes, con lo que es difícil tomar en serio sus palabras-, tu problema es puramente amatorio, ¿no será que tienes ganas de arrancarle un pezón a mordidas a una vieja y no te atreves y eso te causa un trauma que no te deja conseguir trabajo?
Sonríe el pinche Calleja y le da un trago a su vaso de whiskey.
-No mames, no es eso. Es un problema del angst –digo y mi compañero deja salir una escandalosa carcajada que me baña la cara de licor y saliva-.
-Chinga tu madre, es la primera vez que alguien me dice una palabra en alemán para justificar su pendejez con las mujeres y su incapacidad para conseguir trabajo.
-¡Oh, chinga!, que no se trata de mujeres, se trata de tener un pinche vacío aquí, en medio del estómago y los demás órganos.
-Pos come, güey, sufres porque quieres, en el refri hay para hacerse sándwiches.
-Por Dios que eres pendejo, pinche Calleja. No sé por qué chingaos te cuento estas cosas a ti –digo indignado, me levanto y camino hasta el refrigerador, una invitación como esa, por más que esté fuera de lugar, no se puede desaprovechar-.
-Porque soy el único que escucha tus mamadas, porque tus tres mujeres te mandaron a la chingada, porque yo mañana no me levanto sintiendo rencor hacia ti por tus discursitos de problemas que no existen mas que en tu cabeza, mi rey. Por eso me los cuentas a mí.
-Puta madre, tienes razón.
De regreso a la mesa, sándwich de jamón con queso en mano y la boca llena, vuelvo a la carga.
-No es por la viejas, ya me han dejado tres, no me extraña ni me entristece; no es por el desempleo, no sé gracias a quien, pero he sobrevivido, es más bien la cosquilla de que debo estar haciendo algo mal.
-Deja que estés haciendo algo mal, más bien no estás haciendo ni madres –contestó Calleja, devolviéndome de bote-pronto mi argumento.
-Se me hace que voy a dar clases.
-La venganza no es el camino, my dear. No le hagas a otros lo que algún hijo de la chingada ya te hizo a ti.
-No, eso sí es estrictamente laboral.
-¡Ah cabrón!, pensé que hablábamos del angst, mamón.
-Por cierto, hablando de dar clases, el otro día me encontré a Verónica, ¿cómo se apellida? Suárez, Verónica Suárez. ¿Te acuerdas de ella?, muy amiga de Carmen Díaz.
-Cómo no, bonitos ojos, mejores tetas.
-Ah, pos ella fue la que me dijo que se podía dar clases en la facultad, ella trabaja ahí.
-¿Te dio su teléfono?
-Sí.
-Háblale, dile que venga.
-No mames, son las 3 de la mañana, estamos ebrios.
-Háblale y que se traiga una amiga.
-No cabrón, no le voy a hablar.
-Ora, chance y te divorcias otra vez.
Palabras mágicas, dos minutos después estaba marcando el número que me había dado Verónica Suárez.
-Bueno, ¿Verónica?
-¿Sí?, ¿quién habla? –del otro lado de la línea se escuchaba una voz de mujer que no se podía precisar si estaba dormida o medio ebria.
-Habla Raúl Vera, ¿te acuerdas de mí?
-¡Ah, Raúl!, ¿te parece si me hablas mañana?
-No te voy a quitar mucho tiempo, nomás quería decirte que desde hace mucho tiempo sueño que te arranco un pezón a mordidas.

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