
Agujeros negros sin pelos
Francisco Javier Chaín Revuelta
El 13 de abril del año 2008 una comunidad fanatizada realizó una peregrinación con cohetes encabezada por dos líderes religiosos de postín y pederastas, que se dedican a cobrar limosnas a sus “ovejas” con el truco de una vieja e inútil tradición romana de entender el mundo con rezos y crucificando dioses. Sin duda alguna una peregrinación de este talante es una grosera manera de desperdiciar los cohetes.
En 1971, durante el banquete de clausura de la conferencia internacional sobre Física Fundamental celebrada en Copenhague, el físico teórico John Wheeler, aprovechando la coincidencia con su sexagésimo cumpleaños encendió un rollote de cohetes detrás de su silla, provocando el caos entre todos comensales. Como bien reconocería en una conferencia universitaria al pronunciar una de sus más celebres frases, «¿De qué sirve un descubrimiento si no se puede celebrar con cohetes?».
En el 2001, con 91 años y acompañado de un by-pass, seguía siendo profesor emérito de física en las universidades de Princeton y Texas aunque reconocía, sin perder nada de su espíritu joven, que su tiempo sobre la Tierra era ya muy limitado para poder resolver el formidable interrogante de la creación, ¿Por qué la materia?, ¿Por qué el universo?, ¿Por qué nosotros?. En palabras de Max Tegmark, cosmólogo de la Universidad de Pensilvania, «La creatividad de Wheeler, hizo que la física volviese a ser divertida», y más si ésta va acompañada, claro que sí, de echar cohetes.
John Archibald Wheeler murió el 13 de abril de 2008 en el esfuerzo de explicarse el universo (los inútiles, para no pensar, dicen que dios hizo todo y satisfechos se dedican sólo a fornicar) Nacido el 9 de julio de 1911 en Jacksonville (Florida) a sus 21 años ya obtuvo el doctorado en física por la Universidad Johns Hopkins. A los 24 años, después de contraer matrimonio, embarcó a Copenhague y de la mano de Niels Bohr se inició en el mundo cuántico para desafiar y entender esas leyes subatómicas que gobiernan las partículas que configuran todo inicio de materia, con todas sus paradojas y su principio de incertidumbre. Junto con Bohr también desarrolló la teoría de la fisión nuclear. En 1951, Wheeler se involucró en el Proyecto Manhattan donde con Edward Teller consiguen la primera simulación por ordenador de la explosión de la superbomba de hidrógeno. Tras regresar, en 1958 al mundo académico, rejuveneció la teoría de otro maestro de Princeton, la relatividad general de Einstein y donde el ingenio de Wheeler la sintetizó diciendo: «El espacio dice a la materia como debe moverse; la materia con su gravedad dice al espacio como debe curvarse, deformarse». Pero, hasta su muerte, estuvo buscando ese confuso matrimonio entre lo cuántico y la gravitación (la relatividad general).
En 1960, Wheeler se convertiría en el líder defensor de las estrellas oscuras colapsadas por efecto gravitatorio (agujeros negros). Sobre sus ecuaciones sostenía, “... hay un modelo estelar para estrellas masivas de vida corta que al final de su ciclo energético aún conservan una masa residual superior a 2,2 masas solares y en donde las reacciones nucleares de fusión, ya muy agotadas, son incapaces de sostener las capas externas de la estrella. Rompiéndose el equilibrio entre la presión de la radiación y la gravedad. La contracción gravitatoria vence y toda esta masa estelar, irremisiblemente, se derrumba implosionando hacia su centro, formando la denominada singularidad, donde la densidad y la curvatura espacio-tiempo son infinitamente intensas. Allí, la enorme gravedad desplaza la luz cada vez más hacia el rojo, se hace más oscura milisegundo a milisegundo, y en menos de un segundo es demasiado oscura para ser vista”. En octubre de 1967, durante una conferencia sobre púlsares en Nueva York, Wheeler apodó a esta agonía estelar como agujero negro. Pero fue en 1969 cuando armó el gran revuelo con su peculiar lenguaje descriptivo y metafórico, ocasionándole severas criticas por parte de los editores de revistas científicas como el Physical Review, al teorizar que un agujero negro no tiene pelo. Es decir, que desde el horizonte, o esfera imaginaria que envuelve y delimita el agujero negro, no puede sobresalir ni manifestarse ninguna propiedad magnética ni material, como tampoco, radiar cualquier información que proceda de su interior. Para la mayoría de los colegas de Wheeler resultaba difícil creer que este hombre de espíritu conservador, comedido y de cortesía inagotable fuera consciente de la interpretación lasciva y obscena de su frase. Aun así, ésta atrevida frase, poco a poco fue adoptada por la comunidad científica. Tal vez, como dijo su alumno y premio Nobel, Richard Feynman, «Algunos piensan que Wheeler se ha vuelto loco en los últimos años, pero lo cierto es que siempre ha estado loco».
El 13 de abril del año 2008 una comunidad fanatizada realizó una peregrinación con cohetes encabezada por dos líderes religiosos de postín y pederastas, que se dedican a cobrar limosnas a sus “ovejas” con el truco de una vieja e inútil tradición romana de entender el mundo con rezos y crucificando dioses. Sin duda alguna una peregrinación de este talante es una grosera manera de desperdiciar los cohetes.
En 1971, durante el banquete de clausura de la conferencia internacional sobre Física Fundamental celebrada en Copenhague, el físico teórico John Wheeler, aprovechando la coincidencia con su sexagésimo cumpleaños encendió un rollote de cohetes detrás de su silla, provocando el caos entre todos comensales. Como bien reconocería en una conferencia universitaria al pronunciar una de sus más celebres frases, «¿De qué sirve un descubrimiento si no se puede celebrar con cohetes?».
En el 2001, con 91 años y acompañado de un by-pass, seguía siendo profesor emérito de física en las universidades de Princeton y Texas aunque reconocía, sin perder nada de su espíritu joven, que su tiempo sobre la Tierra era ya muy limitado para poder resolver el formidable interrogante de la creación, ¿Por qué la materia?, ¿Por qué el universo?, ¿Por qué nosotros?. En palabras de Max Tegmark, cosmólogo de la Universidad de Pensilvania, «La creatividad de Wheeler, hizo que la física volviese a ser divertida», y más si ésta va acompañada, claro que sí, de echar cohetes.
John Archibald Wheeler murió el 13 de abril de 2008 en el esfuerzo de explicarse el universo (los inútiles, para no pensar, dicen que dios hizo todo y satisfechos se dedican sólo a fornicar) Nacido el 9 de julio de 1911 en Jacksonville (Florida) a sus 21 años ya obtuvo el doctorado en física por la Universidad Johns Hopkins. A los 24 años, después de contraer matrimonio, embarcó a Copenhague y de la mano de Niels Bohr se inició en el mundo cuántico para desafiar y entender esas leyes subatómicas que gobiernan las partículas que configuran todo inicio de materia, con todas sus paradojas y su principio de incertidumbre. Junto con Bohr también desarrolló la teoría de la fisión nuclear. En 1951, Wheeler se involucró en el Proyecto Manhattan donde con Edward Teller consiguen la primera simulación por ordenador de la explosión de la superbomba de hidrógeno. Tras regresar, en 1958 al mundo académico, rejuveneció la teoría de otro maestro de Princeton, la relatividad general de Einstein y donde el ingenio de Wheeler la sintetizó diciendo: «El espacio dice a la materia como debe moverse; la materia con su gravedad dice al espacio como debe curvarse, deformarse». Pero, hasta su muerte, estuvo buscando ese confuso matrimonio entre lo cuántico y la gravitación (la relatividad general).
En 1960, Wheeler se convertiría en el líder defensor de las estrellas oscuras colapsadas por efecto gravitatorio (agujeros negros). Sobre sus ecuaciones sostenía, “... hay un modelo estelar para estrellas masivas de vida corta que al final de su ciclo energético aún conservan una masa residual superior a 2,2 masas solares y en donde las reacciones nucleares de fusión, ya muy agotadas, son incapaces de sostener las capas externas de la estrella. Rompiéndose el equilibrio entre la presión de la radiación y la gravedad. La contracción gravitatoria vence y toda esta masa estelar, irremisiblemente, se derrumba implosionando hacia su centro, formando la denominada singularidad, donde la densidad y la curvatura espacio-tiempo son infinitamente intensas. Allí, la enorme gravedad desplaza la luz cada vez más hacia el rojo, se hace más oscura milisegundo a milisegundo, y en menos de un segundo es demasiado oscura para ser vista”. En octubre de 1967, durante una conferencia sobre púlsares en Nueva York, Wheeler apodó a esta agonía estelar como agujero negro. Pero fue en 1969 cuando armó el gran revuelo con su peculiar lenguaje descriptivo y metafórico, ocasionándole severas criticas por parte de los editores de revistas científicas como el Physical Review, al teorizar que un agujero negro no tiene pelo. Es decir, que desde el horizonte, o esfera imaginaria que envuelve y delimita el agujero negro, no puede sobresalir ni manifestarse ninguna propiedad magnética ni material, como tampoco, radiar cualquier información que proceda de su interior. Para la mayoría de los colegas de Wheeler resultaba difícil creer que este hombre de espíritu conservador, comedido y de cortesía inagotable fuera consciente de la interpretación lasciva y obscena de su frase. Aun así, ésta atrevida frase, poco a poco fue adoptada por la comunidad científica. Tal vez, como dijo su alumno y premio Nobel, Richard Feynman, «Algunos piensan que Wheeler se ha vuelto loco en los últimos años, pero lo cierto es que siempre ha estado loco».
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