viernes, 23 de mayo de 2008

AHMED


UN CUENTO PARA AHMED

Laura Fdez - Montesinos Salamanca

Mis padres me cuentan que cuando nací, había una gran tormenta, signo de que mi nacimiento contaba con el beneplácito de los dioses, porque aquí en el desierto, una tormenta es una bendición. Lo que mis padres en su cariño no mencionan, es que la tormenta no era de agua, sino de fuego.
El día que nací, el edificio de al lado se derrumbó por las bombas. Mis padres afirman que fue un ciclón. Un ciclón en el desierto es una bendición, porque casi nunca llueve.
A mis hermanos de la calle les simpatiza la historia versada en cuento, ríen con ella. Pero a mis padres nunca los vi reír. Las palabras de mis amigos son como las piedras que me llevan a tirar contra el ejército que nos mantiene encerrados en este miserable getho, cada vez que nos acercamos a la línea donde podríamos abastecernos de alimentos: en el desierto no hay nada que comer.
Entre nosotros no hay diferencias ni enemigos, todos somos hermanos. La solidaridad es la mejor arma contra los soldados que responden con balas a nuestras pedradas. La ley de la vida: solidaridad contra la muerte.
Cuando muere uno de los nuestros, todos salimos a la calle, enfundamos su cuerpo en una bandera que solo existe para nosotros, porque Palestina no está en los mapas, y cantamos en son de duelo tras su cuerpo expuesto, con la sola compañías de miles de voces clamando justicia, y el llanto de las mujeres que lo dieron a luz, lo amantaron y lo criaron.
A veces, cuando me detengo a observar a las víctimas de nuestra venganza, siento pena. Es tan amargo ver llorar a un israelí como a un palestino. Son tan hombres como cualquiera, no encuentro diferencia externa, aunque para ellos seamos seres de segunda. Ahí podría estribar el que no acusen con el mismo dolor la muerte de uno de los suyos contra la de uno de los nuestros. Cierran lo que ahora llaman Su frontera, que pintaron hace 60 años sobre la tierra milenaria de mis ancestros, osario de nuestra cultura exterminada, tumba de mis abuelos, y donde ahora nacemos apátridas, porque un musulmán nacido es Israel es un ser sin patria, nacionalidad, ni derecho a pasaporte.
En contrapartida a nuestra demanda de tierra, bandera, justicia, de un pedazo de nuestra Palestina ocupada, donde ahora somos extranjeros, nos envían bombas. Dicen que en represalia a nuestros ataques. Pero nosotros somos terroristas de hambre de pan y tierra. Ellos nos exterminan bajo el nombre que licita sus acciones: ejército. Y es el mejor armado del mundo.
Y yo no cesaré de preguntarme por qué. Porqué, si todos somos hombres, la política de un invasor me hizo apátrida. Porqué el genocidio contra los que llevamos miles de años en esta tierra que ya no es nuestra. Porqué mi patria Palestina lleva ahora el nombre de Israel, por qué soy un extranjero en ella, apátrida, y vivo bajo el silbar de las bombas, con hambre, enfermedades, y la muerte como compañera de juegos. Porqué los hombres no quieren entender ni entenderse. Porqué es el único animal que se extermina por raza y religión, ¿porqué?...

Ahmed: Un niño palestino antes de ser alcanzado por un mortero israelí mientras jugaba al fútbol con otros niños en el mísero campo de refugiados de Gaza.

No hay comentarios: